Frío. Noche silenciosa en cualquier
estación. Soledad. Andén solitario. Una maleta repleta de aquellas
ilusiones que ahora ocupan el lugar más desprestigiado en ésta. Sin
embargo, aquel espacio es mínimo en contraste con el vacío de
sentimientos desconocidos que aún quedan por soportar sobre sus
ruedas.
El sonido de la estación se convierte
en algo inconfundible. Pasos de personas, miradas desconocidas,
abrazos y despedidas, sonrisas y lágrimas. Gente que va, gente que
viene.
Alegrías al reconocer la cara de
alguna persona cercana, manos levantadas en un adiós con fecha de
caducidad cercana. Algunas miradas al suelo. Tristezas.
Las prisas de los pasajeros y aún así,
en aquel banco donde tantas emociones se han vivido, mi compañera de
viaje y yo, permanecemos.
Cruzo algunas miradas mientras cientos
de personas bajan de los últimos vagones del tren.
Última llamada de embarque, mientras
tanto, busco en mis bolsillos la razón de aquel ticket sin destino
para poder marchar.
Quizás, ese abrazo que un día pensé
que me devolvería la ilusión era la principal. O tal vez, el brillo
en los ojos de aquella vez en que nos encontramos. O más aún, el no
saber en qué momento me encuentre..tal vez, sí, en aquel donde se
han borrado todos aquellos recuerdos que un día me hicieron daño y
hoy tuviera el valor para poder comenzar sin miedos una historia. O de manera incierta, confusa, sin querer, sin darme cuenta llegar a conocer a una persona que simplemente sin tomarla en serio durante tiempo, al mirar atrás y mirar ahora, pueda convertirse en alguien importante.
El tren pasó de largo, sin parada en
la estación. Aún en el andén observo aquel ticket con destino
incierto que espero algún día poder encontrar.
Ahora sé que entre el cómo, el dónde,
y el cuándo, para mí, siempre predominará el cuándo . Ni un qué,
ni un por qué y mucho menos un para qué. De nada sirve el lugar, si
no es el momento perfecto.
Me sacas de quicio
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